LA CESTA

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Había una vez un hombre que estaba profundamente enamorado de una mujer. La veía pasar todos los días con una cesta de mimbre colgada el brazo. El sabía que ella le amaba tiernamente porque nunca le miraba a los ojos.

Un día, le pidió matrimonio y ella contestó que sí, pero le puso una sola condición: que nunca mirara dentro de la cesta de mimbre hasta que ella le diera permiso. Así se casaron y fueron muy felices. Pero el marido pronto olvidó su promesa y un día que ella había ido al mercado abrió la cesta. Asombrado, comenzó a reírse. Estaba vacía.

Cuando ella llegó los ojos se le nublaron de lágrimas, de alguna manera supo que él había roto la promesa y le miró acusadora y llena de pena.

El trató de defenderse: Mujer loca, no había nada allí dentro, ¿nada?, murmuró ella ¡Nada!, contestó él. Entonces ella dio la vuelta y empezó a andar hacia el sol poniente hasta que su imagen desapareció entre los rayos anaranjados.

Nunca nadie la volvió a ver sobre la faz de la tierra.

No, la mujer no se marchó porque él hubiera roto la promesa, sino porque al mirar en el interior no vio nada. Ella había llenado aquel cesto de cosas hermosas que había recolectado del cielo: polvo de estrellas, rayos de luna, colas de cometas... cosas destinadas a llenarles de felicidad. Cuando él miró y no pudo verlas, ella comprendió que ya no había nada que pudiera hacer y desapareció.

Cuento bosquimano.

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